VIII Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis AMP
EL ORDEN SIMBOLICO EN EL SIGLO XXI
NO ES MAS LO QUE ERA ¿QUE CONSECUENCIAS PARA LA CURA?
Asociación Mundial de Psicoanálisis

23 al 27 de abril de 2012
Hotel Hilton

Macacha Güemes 351, Puerto Madero
Ciudad de Buenos Aires, Argentina
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ACTIVIDADES PREPARATORIAS

Primera noche preparatoria hacia el VIII Congreso de la AMP

"El orden simbólico en el siglo XXI. No es más lo que era. ¿Qué consecuencias para la dirección de la cura?"
Transcripción de la Conferencia realizada en la EOL el martes 19 de Abril de 2011 en la primera noche de las actividades preparatorias para el próximo Congreso de la AMP de Abril de 2012.

Sin nostalgia
por Oscar Ventura

Bien ¿por dónde empezar? ¿qué orden elegir? Para esta intervención. Primero quiero decir dos palabras sobre el afiche del congreso. Cuando lo vi por primera vez, debo confesar que tarde un tiempo en orientarme en esa imagen, no digo ahora que esté más orientado que antes. Una imagen como dice el refrán: "vale más que mil palabras". Bien, no se exactamente si era el caso para mi en esa oportunidad, pero no tenía demasiadas palabras, o por lo menos no las encontraba. Una imagen, es verdad, muchas veces no necesita de las palabras, puede coagularlas, detenerlas, pero efectivamente las imágenes hablan, sin que necesariamente se tenga que decir algo sobre ellas. Igualmente por otra parte sabemos que las imágenes pueden desatar cataratas de palabras. Flory por ejemplo empujó a todos nuestros colegas en el mundo a que opinen, a que digan algo sobre aquello que la imagen del póster del Congreso les sugiere, no he podido leer todavía el alcance de esta invitación. No se que respuestas ha tenido. En mi caso, el afiche me ha dejado sin demasiadas palabras. Aunque puedo rescatar algunas, muy breves; uno podría decir por ejemplo que la imagen evoca un cierto desorden, un atravesamiento de la letra bajo el implacable avance de una filosa daga con aspecto de arma futurista, y que hace que un haz, tal vez de una luz cegadora quiebre y haga vacilar a las letras mismas donde el orden Simbólico pretende escribirse. Podríamos decir también que no es sencillo orientarse en ese mundo sobre-escrito del póster y atravesado por un enjambre de entrecruzamientos que me hace pensar en esas construcciones de la arquitectura posmoderna. Tiene algo de el edificio del LaSalle Art College de Singapur, la joya de la arquitectura posmoderna, ese tipo de arquitectura que los críticos dicen que produce un efecto cercano a la deconstrucción y que dirige nuestras mentes hacía una suerte de laberinto. En fin, pero en medio de todo esto, hay algo que se diferencia del resto. Algo que está resaltado. Lo único que está resaltado en negrita en todo el póster es una frase, la que dice: No es más lo que era. Empezaré pues por ahí.

No es más lo que era. Me voy a detener un instante en esta frase. Si decimos que no es más lo que era, estamos diciendo que es otra cosa, de alguna manera nos obligamos a pensar ¿que es ahora aquello que era antes? En que se ha convertido eso, si nos dejamos llevar por esto es fácil que declinemos la cuestión hacía pensar que el orden simbólico es de otra manera, ¿pero de que manera podemos pensar un nuevo orden simbólico? No es una cuestión sencilla, tampoco es una cuestión banal. Porque si admitimos que el orden simbólico tal y como lo conocimos ya no existe o tal vez para ser más precisos está en vías de extinción, estamos obligados, en cierta manera, a pensar que la cura analítica tal y como la conocimos se extinguirá en un período de tiempo no demasiado lejano, no tardaría mucho en ser abolida, desechada como un objeto más. ¿Este es el peligro? O podríamos decir más bien que este es el fantasma; la extinción del Psicoanálisis.

En realidad la cuestión sobre la extinción del Psicoanálisis recorre toda la historia del movimiento analítico, Freud mismo lo veía amenazado desde sus inicios. Y efectivamente la civilización encarnada en lo irreductible de la pulsión de muerte va a contramano de la ley del deseo. Pero hay que decir que hasta cierto punto. La conferencia de Jacques Alain Miller en Comandatuba[1] por ejemplo pone patas para arriba la cuestión, en función de esa fantasía que nos remite a pensar más bien que la estructura de lazo social de la contemporaneidad es análoga a la estructura del discurso analítico tal y como la aíslo Lacan. No creo, sinceramente, que el Psicoanálisis pueda estar en vías de extinción pienso más bien que debemos cuidarnos de su éxito. Seguramente podremos discutir sobre esto en un rato.

La cuestión, para decirlo rápidamente es hasta que punto el síntoma será tratable por la palabra, en los términos que hasta ahora seguimos utilizando. Inclusive los de la última enseñanza de Lacan.

Stefan Zweig con Joyce
Voy a tomar primero dos referencias literarias que me orientaron para escribir esta pequeña reflexión sobre el tema del Congreso. Y que constituyen un contrapunto, dos salidas diferentes para pensar aquello que como nos dice el título "no es más lo que era", son dos escritores que encontraron sus formas particulares de respuesta al quiebre ya sin retorno de un orden simbólico que había orientado a la civilización hasta principios del siglo XX. Probablemente los 20 primeros años del siglo pasado son un punto de inflexión determinante, atravesados sobre todo por la gran guerra, inédita tanto en su crueldad como en la sofisticación de las formas de destrucción. Son los años también en que la introducción ya definitiva del Psicoanálisis en la cultura produjo una tremenda conmoción del orden simbólico. Bien, una de estas referencias es Stefan Zweig. La otra es James Joyce. El libro de SZ, "El mundo de ayer. Memorias de un europeo"[2], que más allá del valor estrictamente literario que tiene, que por cierto es innegable, considero también que tiene un valor particular para nosotros porque va mucho más allá de la cuestión estrictamente literaria, incluso tampoco podemos decir que a este libro se lo pueda identificar con el género de la autobiografía. Es un relato que se inscribe más bien en el orden del testimonio, hay una diferencia clara entre testimonio y autobiografía y más cuando sabemos que, aunque SZ no haya sido nunca un analizante en el sentido estricto del término, sabemos de la profunda afinidad que el tenía con el movimiento analítico y la cercanía, casi familiar que tuvo con Freud tanto en Viena como en el exilio de ambos en Londres, donde compartieron durante el último año de vida de Freud, un intercambio casi cotidiano. Fue en aquella época cuando por ejemplo SZ llevó de visita a Salvador Dalí a la casa de Freud, fue el momento en que Dalí pintó el ya famoso retrato de Freud, al que por otra parte Freud nunca tuvo acceso, nunca lo vio. SZ se lo sustrajo de la mirada en el mismo momento que Dalí terminaba de pintarlo, no quiso que Freud lo viera pues SZ pensaba que Dalí, clarividente, había incluido ya la muerte en él. SZ probablemente veía también esa sombra amenazante en él mismo y esta sustracción daba a entender también la profunda amargura de un hombre al que se le había derrumbado toda esperanza en el mundo que había conocido.

SZ testimonia, con una solidez impresionante, encarnada en una subjetividad que se vuelve universal, lo que es la ruptura definitiva de los lugares en donde se inscribían para él y para sus contemporáneos los significantes Amos que habían orientado la civilización antes de la ruptura de un orden que había mantenido su consistencia y su desarrollo, en la estabilidad de un mundo organizado por la creencia. Por la consistencia de los grandes relatos que habían tejido un lazo social que se consideraba de alguna manera para siempre. Voy a leerles un pequeño fragmento del libro que ilustra esto con la precisión del escritor y del testigo mismo que encarna el derrumbe de todos los semblantes. Se encuentra en la Pág. 379:[3]

"Era de extrañar que toda una generación joven mirara con rencor y desprecio a sus padres, los cuales se habían dejado arrebatar primero la guerra y luego la paz, que lo habían hecho todo mal, que no habían previsto nada y se habían equivocado en todo? ¿No era comprensible que hubiera desaparecido en la nueva generación cualquier tipo de respeto? Toda una generación de jóvenes había dejado de creer en los padres, en los políticos y los maestros; leía con desconfianza cualquier decreto, cualquier proclama del estado. La generación de la posguerra se emancipó de golpe, brutalmente, de todo de cuanto había estado en vigor hasta entonces y volvió la espalda a cualquier tradición, decidida a tomar en sus manos a su propio destino, a alejarse de todos los pasados y marchar con ímpetu hacía el futuro. Con ella habría de empezar un mundo completamente nuevo, un orden completamente diferente en todos los hábitos de la vida. Y, naturalmente, los comienzos fueron impetuosos, exagerados y hasta brutales. Todos y todo lo que no era de la misma edad era considerado como caduco. En vez de viajar con los padres, como antes, rapazuelos, de once y doce años, en grupos organizados y sexualmente bien instruidos, cruzaban el país como aves de paso en dirección a Italia o al mar del Norte. En las escuelas, siguiendo el modelo ruso, se creaban soviet escolares que controlaban a los maestros e invalidaban los planes de estudio porque los niños debían y querían aprender sólo aquello que les venía en gana. Por el simple gusto de rebelarse, se rebelaban contra toda norma vigente, incluso contra los designios de la naturaleza, como la eterna polaridad de los sexos. Las muchachas se hacían cortar el pelo hasta el punto de que, con sus peinados a la garçon, no se distinguían de los chicos: y los chicos, a su vez, se afeitaban la barba para parecer más femeninos; la homosexualidad y el lesbianismo se convirtieron en una gran moda no por instinto natural, sino como protesta contra las formas tradicionales de amor, legales y normales. Todas las formas de expresión de la existencia pugnaban por farolear de radicales y revolucionarias y, desde luego, también del arte. La nueva pintura dio por liquidada toda la obra de Rembrandt, Holbein y Velázquez e inició los experimentos cubistas y surrealistas más extravagantes. En todo se proscribió el elemento inteligible: la melodía en la música, el parecido en el retrato, la comprensibilidad en la lengua. Se suprimieron los artículos determinados, se invirtió la sintaxis, se escribía en el sentido cortado y desenvuelto de los telegramas, con interjecciones vehementes…" (Sin duda, esto último una anticipación privilegiada de lo que iban a resultar las nuevas formas de comunicación contemporáneas con la fragmentación que producen en la lengua gracias a la atomización de la letra).

Bien, SZ. Al mismo tiempo que construye en su libro el relato del estallido, da cuenta de lo insoportable que para él fue este atravesamiento, esta caída brutal de los ideales forjados durante siglos. SZ sucumbió a esto, lo sabemos, su destino se inscribe en la desesperación en que lo sumerge la pérdida radical del sentido, la fuga en cascada que lo arrastra cuando se le presentifica la caída del padre. Y la solución que encuentra es la de ese acto logrado que es el suicidio, es la forma que lo empuja a silenciar la vociferación de un mundo que ya no lo representaba. Una salida, si la queremos conjeturar clínicamente, por el lado de la identificación melancólica a la caída del padre. No hay forma para él de inventar un nuevo relato.

Encontramos un contrapunto con Joyce, su contemporáneo. La producción de Joyce nos orienta en una dirección distinta. Vemos como progresivamente la obra de Joyce, y me refiero sólo a un aspecto de la cuestión, voy rápido, vemos como su obra decía, va mutando desde sus primeros cuentos, desde la época del retrato de un artista adolescente, hasta un momento de inflexión, una primera escansión que es la escritura y la publicación del Ulises. Y podemos apreciar también como paulatinamente, a medida que Joyce va haciendo su literatura, nos vamos encontrando con una suerte de descomposición del discurso, donde el relato mismo, su lógica dentro de lo que entendemos por un orden, empieza a perder consistencia. Si SZ se mantuvo fiel hasta el último momento a las coordenadas de la narración, al sentido de la historia, que sólo se pierde en lo real de la muerte, Joyce da un paso más y se detiene un instante más acá de la muerte. Stop, nos dice y hace estallar el orden simbólico, lo desintegra. La letra, "ese soporte material del discurso" como nos enseña Lacan, toma una dimensión en la cual se vuelve ilegible, pero que sin embargo no deja de hacer un lazo al Otro, logra que el fuera de sentido pueda leerse. Joyce produce al final con Finnegans Wake, -su gran y definitivo Work in progress-, una ruptura radical con cualquier orden. Sin duda hay algo visionario en todo esto, anticipa la descomposición del orden simbólico, probablemente en la misma línea del arte contemporáneo, donde lo que se pone en juego es la abolición del sentido. Del sentido mismo del relato. Es la decadencia definitiva de las formas narrativas. El sentido es efímero, tiene una caducidad casi instantánea. No hay más sostenimiento del sentido. Y no debemos olvidar la fabulosa ironía que se puede captar en Finnegans Wake, al fin y al cabo el libro trata sobre las vicisitudes de una familia, -ese significante Amo del viejo orden simbólico-: la familia Earwicker, con su padre HCE y su madre ALP, bella metáfora para pensar las formas actuales de eso que todavía llamamos familia. Bien, todos sabemos que es una especie de locura poder orientarse en este libro, que al fin y al cabo pretende ser inscrito como novela cómica. Creo que podemos diferenciar lo cómico y lo irónico aquí. Y lo digo porque me inclino a pensar que con Joyce aprendemos a pensar, seguramente que entre otras cosas, el buen uso de la ironía. Es decir, poder aceptar la inconsistencia del mundo sin caer en el cinismo. Ni tampoco en el suicidio. Mejor, sin duda, seguir viviendo. Tenemos que seguir viviendo y al mismo tiempo mantener una posición ética, ni nos suicidamos, ni nos convertimos a la dictadura del objeto posmoderno. Es en esta fina línea por donde transita el discurso analítico en el siglo XXI.

Bien, esta era una primera articulación que quería transmitir para pensar aquello que no es más lo que era. Dos formas de responder a la ruptura del orden simbólico. SZ y Joyce terminaron sus libros casi al unísono, en los mismos años. Y ambas obras fueron publicadas con muy pocos tiempo de diferencia. Joyce termina FW en 1939 y SZ su libro en 1941. FW es publicado en el mismo 39 y la publicación de El mundo de ayer es póstuma, en 1944.

Consecuencias
Seguimos. Contemporáneo a ellos es también lo que más nos interesa, la presencia de Freud. Freud como dice Lacan es "un hombre de otro tiempo". Pero claro, hay un movimiento en Freud que puede parecer en primera instancia muy evidente ante una lectura ingenua de su presencia en el siglo XX. A veces se corre el riesgo, como en Europa por ejemplo, no la Europa ilustrada de la que todavía hay algunas islas, sino la Europa clínica, se corre el riesgo decía de leer el rasgo banal de la letra que dice: "Freud era un hombre de otra época", de leerlo en el sentido de lo que ya pasó. De lo superado, es un pensamiento débil, de una debilidad peligrosa, pues está atravesado por la alucinación de lo nuevo y de lo rápido. Es una de las formas de desprecio por el saber, en este caso por el desprecio del saber clínico.

Efectivamente Freud toca la clave, el corazón mismo del orden simbólico al poner a cielo abierto los mecanismos puestos en juego en la organización de las neurosis: el pathos del padre si podemos decirlo de esta manera y en el mismo momento que lo toca lo desestabiliza definitivamente. Allí donde la organización de la cultura se pensaba que se había asentado y parecía coagular la significación del lazo social de pronto irrumpe la sexualidad como la condición misma del desencuentro con el orden simbólico. Freud muestra muy temprano que la cosa no funciona, pero que de alguna manera, por lo menos hasta los años veinte tiene arreglo. Allí se acaba en realidad el optimismo en el orden simbólico aunque se intente por todos los medios de encontrar las fórmulas para reestablecerlo, eso falla. El sujeto se resiste de todas las maneras, se vuelve refractario a la eficacia de la puesta en acto del orden simbólico en la cura. La herramienta privilegiada del acto analítico freudiano, la interpretación, sostenida justamente en la constelación simbólica, en última instancia pierde su eficacia. Una variedad de fenómenos clínicos dan testimonio de la cosa. Sin duda el paradigma es la conceptualización, -nunca aceptada del todo por los analistas posfreudianos que hoy viran hacía la esperanza de la biología y de las neurociencias-, la conceptualización decía de la pulsión de muerte y de los fenómenos clínicos que se inscriben alrededor de la reacción terapéutica negativa. Estas son muestras irrefutables que Eso resiste. Por otra parte el enigma de la feminidad también deja a Freud, al hombre de otra época, sin recursos simbólicos, por decirlo así. Lo simbólico ya está agujereado por muchos frentes. Pero sin embargo su inercia no deja de ser contundente, y sin duda su eficacia clínica todavía, hasta cierto punto, podemos verificarla. Aunque creo que estamos atravesando el momento de conclusión del duelo.

Freud, el hombre de otro tiempo, tal vez a pesar de él mismo, como dice Lacan, ya había captado en toda su magnitud la fragilidad de los recursos del logos para domesticar lo real muy temprano. Tanto en 1917 (Una dificultad del Psicoanálisis)[4], como en 1925 (Las resistencias contra el Psicoanálisis)[5] vuelve sobre las consecuencias que ha tenido para el destino de la civilización la creencia de que la humanidad podía sostenerse, amparada en los recursos de una ley universal que pudiera regular el goce. Cuando Freud enumera las tres grandes heridas inflingidas al narcisismo. Darwin, Copérnico y el Inconciente mismo, acaso no debemos entenderlas como golpes certeros que anuncian la conmoción de un orden simbólico, que en cada época se pensaba así mismo suficiente para dar sentido a la presencia de ese ser hablante, que en su debilidad estructural no encuentra más que el recurso de un relato que pretende elevarlo a un centro imposible de definir. Es como la metáfora de Borges y la esfera. Donde su centro no está en ninguna parte y su circunferencia en todas según el punto se mueva. Podría hablar de Borges, algunos de ustedes saben de mi pasión por él. Con JAM hace ya 11 años inventamos Uqbar en su honor. Borges lacaniano. Pero no hay tiempo para ello.

Pero bien, ¿que es al fin y al cabo el orden simbólico tal y como se desprende de Freud? ¿Es el Edipo y su potencia estructurante sin la cuál muchos piensan que el Psicoanálisis no tendría ninguna consistencia epistémica? ¿Es verdad que su edificio caería como un castillo de naipes si mamá y papá no hubieran reproducido el pequeño drama, narrado una y otra vez por el sujeto? Sin duda Freud es mucho más que ello.

No obstante hace falta Lacan para darle a Freud toda su magnitud. Lacan, lo sabemos, justamente pone orden en Freud y trata de aislar con la mayor pureza posible lo que llamamos lo simbólico. Pensemos, por ejemplo, las cosas de una manera muy sencilla, en como funciona el pensamiento por ejemplo, Lacan hasta muy avanzada su enseñanza había homologado el orden simbólico al pensamiento. Después hacía el final prácticamente desiste de aislar un orden simbólico puro. Produce más bien un rebajamiento del Inconciente y del orden simbólico en beneficio de un real que se anuda al cuerpo. El concepto de debilidad mental es solidario de esta concepción. Lo simbólico es la debilidad por excelencia. El sujeto padece de lo simbólico como una muestra de su absoluta desarmonía con el orden natural. Si Lacan llegó a decir que el pensamiento era una enfermedad, el parásito de esa enfermedad es el inconciente, el orden simbólico.

El pensamiento, eso que Lacan identificaba al orden simbólico mismo funciona en primera instancia, al nivel de la diferencia, constituye una lógica binaria fundada en el 0-1, en la combinatoria cibernética: Diferencia de los sexos, hombre-mujer. Diferencias de las funciones, padre-madre. Diferencia entre la vida y la muerte. Históricamente, si podemos decirlo así, este es el modo en que se ha organizado el pensamiento y distribuido las funciones. Es a partir del Otro como ex – sistente que encontramos un orden donde las diferencias están afianzadas. Un orden de jerarquías bien establecidas e instaladas. Lo simbólico domina sobre la imagen, el significante domina sobre el significado. La interpretación analítica se inscribió, en un principio también en esta lógica. Sin duda era una manera cómoda de entender las cosas.

Pero vemos como progresivamente este orden en el que nos sosteníamos se va diluyendo. El avance de la civilización en sí misma lo va diluyendo. Y Lacan sabe leer la cosa de la buena manera. Lo que Lacan verifica cada vez con mayor precisión es como se va produciendo un borramiento de las diferencias sostenidas por el orden simbólico. En lugar del binario, hay el enjambre de significantes. El Otro pierde consistencia en beneficio de lo Uno. Lo Uno imaginario, Lo Uno simbólico. No es posible o por lo menos ya no es tan sencillo identificar la jerarquía y la dialéctica, en esta coyuntura no hay efecto de significación. Si lo podemos ilustrar de alguna manera podemos decir que hay un predominio de la metonimia sobre la metáfora. La significación vacila radicalmente y aquí nos encontramos ya con un problema.

Vamos a pensar un poco las consecuencias que en primera instancia podemos extraer de esta mutación del orden simbólico. Y en que medida ello afecta a los destinos de la cura analítica.

Hay que decir también y esto es fundamental para entender el mundo de hoy, que asistimos como nunca antes había ocurrido a la injerencia ya definitiva de la ciencia en la subjetividad y ello plantea también un horizonte en donde el borramiento de las diferencias se hace cada vez más pronunciado, con un empuje brutal a la homogenización y una tendencia cada vez más pronunciada, por lo menos en Europa, a elevar las soluciones a la eficacia del objeto técnico, amparado en lo científicamente demostrable.

Pienso que estamos todos más o menos de acuerdo en que transitamos la época de la caída de los grandes relatos y del estallido de los semblantes que sostenían la confianza en la organización del mundo. Para ello no hace falta más que dar un vistazo a la actualidad más inmediata, al desencadenamiento de la crisis financiera por ejemplo para verificar hasta que punto se hace imposible reestablecer al SsS. Reestablecer la confianza en algún significante Amo. Todo intento de regulación es refractario a la lógica misma del discurso. En este plano vemos amplificada la complejidad de un orden del mundo en donde el desplazamiento de los objetos es vertiginoso, donde nos encontramos con la enorme dificultad de fijar las significaciones. Para que las significaciones duren en el tiempo. Y esto sin duda nos concierne. Es difícil encontrarnos con cosas que duren, que se perpetúen en el tiempo.

La caída de los grandes relatos sin duda no deja de tener consecuencias sobre la caída del relato en singular. Sobre el sujeto mismo empobrecido por la invasión del objeto. Y si queremos orientarnos en la clínica nos encontramos cada vez y con más frecuencia con un gran obstáculo. La cura en tanto tal, atravesada por este nuevo orden simbólico demuestra que el NDP si bien no ha perdido aún su operatividad clínica, muestra que cada vez es más complejo que el sujeto encuentre las buenas formas de servirse de él y no digo de orientarse por él. Sino la dificultad que encuentra en hallar la forma más o menos razonable de la cuál servirse, inclusive esta gran alternativa clínica, a de la pluralización de los NDP, no es tan fácil que sea operativa, de que se sostenga en el tiempo. La clínica contemporánea en un sentido general, nos muestra las enormes dificultades de los sujetos para poder construir una narración, un relato que permita un cierto grado de formalización simbólica. Más bien empieza a ser habitual una clínica del pasaje del acto, una clínica que tiene una relación directa con el goce y su imperativo, en dónde la invitación a la elaboración suele ser rechazada, es más bien el imperativo de satisfacción inmediata lo que orienta el campo de la demanda, y bajo esta perspectiva la interpretación y el amparo simbólico en el que nos orientábamos desde Freud empieza a demostrarse que no tiene ninguna eficacia. Estos efectos los percibimos desde hace ya un tiempo con más nitidez, probablemente más aún desde esa enorme formalización clínica que produjeron en el campo freudiano La Conversation d´Arcachon y Le Conciliabule d´Angers [6], más la convención de Antibes[7] gracias a las cuales nos dimos cuenta que cada vez nos encontramos con más sujetos desabonados del inconciente. Con sujetos empobrecidos de la función simbólica y con la irreparable devaluación del saber que eso implica. El sujeto contemporáneo suele presentarse, -probablemente hay que hacer un matiz respecto a lo que ocurre en Europa y en Argentina, no creo que las cosas sean extrapolables de un modo directo, pero marcan sin duda una tendencia- suelen presentarse decía, no en busca de un saber sino más bien con la demanda de un manual de instrucciones. No suelen presentar ningún interés por la causa. Esto en realidad es solidario con aquello que venimos reflexionando desde hace tiempo, cuando afirmamos que un orden constituido por la elevación al cenit del objeto a, modela subjetividades dónde el amor y la castración están cada vez más excluidos.

El objeto perdido, esa brújula que nos orientaba empieza a ser una quimera en la época en que cualquier tipo de pérdida es vivida como una injusticia. Está es la época en que el objeto más bien siempre está presente, de ahí lo que llamamos angustia generalizada que no es otra cosa que la presencia masiva del objeto en el mundo. Esto introduce una modificación misma en los procesos de duelo, en la captación subjetiva de los agujeros en lo simbólico, y no me refiero solo a los grandes duelos, sino también a la dystichya de la vida cotidiana, a lo pesado que se hace para el sujeto vivir con él mismo todos los días. El tiempo de la elaboración queda reducido al mínimo en beneficio de un tiempo dónde lo que impera es la sustitución fulminante, el tiempo de comprender queda abolido en beneficio de un autismo subjetivo que se materializa en un campo amplio, que puede ir desde la intoxicación química a las más diversas prácticas sociales o no sociales que tienen en común la clausura de la palabra, no en el sentido de que los sujetos no hablen, sino en la constricción, en la reducción del discurso al que se someten. Hablar en un sentido estricto es perder, es ceder algo al Otro, y es esta forma de decir la que empieza a estar cada vez más ausente.

Esto me hace recordar a esos pasajes del Seminario XI cuando Lacan decía, respecto a la clínica: no importa por que su hija es muda, sino lo importante es hacerla hablar. Para el Psicoanálisis no basta saber por que es muda sino que hay que hacerla hablar, efectivamente. Pero tampoco es suficiente hacerla hablar. Porque de lo que se trata es de encontrar la fórmula para hacer movilizar algo de lo real a partir de un saber y eso no basta con hablar. Sino no estableceríamos ninguna diferencia con el régimen de las psicoterapias, cualquiera sean que movilizan el aparato del lenguaje. Y aquí reside creo una gran dificultad. ¿Cómo volver a pensar la maniobra analítica para movilizar el saber de modo tal que pueda tocar al goce puesto en juego en la época en que sabemos que la inercia del discurso formaliza un lazo social donde el objeto es concebido como la esperanza misma de una satisfacción, que por estructura está perdida para siempre. No es sencillo para el sujeto posmoderno soportar el rigor analítico, consentir que al fin y al cabo tendrá que encontrar la fórmula para hacer el duelo por el objeto, cuando todo el aparato del discurso le empuja, como dice Lacan del psicótico, a llevarlo en el bolsillo. Aquí, en esta coyuntura reside nuestra apuesta y también nuestra dificultad. De que manera nosotros debemos saber utilizar las palabras para que, antiguas o nuevas, sirvan para rectificar la posición del sujeto ante lo real, ya sea que se encuentren sumisos al régimen del NDP u obligados a sostener, con los medios de que sean, un sistema de representaciones garantizado por algo en un mundo donde cualquier semblante, que pudiera encarnar algún tipo de autoridad vacila de forma casi definitiva. Esto implica sin duda pensar en nuestras formas propias de garantía.

Es por ello, probablemente, que el dispositivo del pase se vuelve imprescindible tanto para que la especificidad del Psicoanálisis no se diluya en la babel, como para orientar una clínica posible del lazo social que no caiga en el cinismo contemporáneo, que pueda empujar a producir las buenas formas de la distancia con el imperativo. A partir justamente de encontrar las fórmulas de provocar a la palabra en su sentido más auténtico.

Pero todo esto plantea de alguna manera una gran paradoja, porque por una parte nuestra posibilidad de eficacia clínica sobre el goce reside en que una narración se construya, en que una ficción pueda establecerse para operar sobre su propia estructura de ficción, si podemos decirlo así. Pero por otro lado resulta que el sujeto de la demanda cada vez más deja de estar condicionado por el amor que la demanda vehiculiza. Lo que implica un obstáculo para operar sobre el deseo, para poder despejarlo a partir de la demanda.

Toda demanda es demanda de amor, conocemos la máxima de Lacan. ¿Podríamos seguir afirmándolo de esta manera? Sin duda que sí. Pero también observamos como el campo de la demanda está atravesado por algo de otro tipo, por un tipo de demanda mucho más opaca que puede coagularse en la voluntad del sujeto por obstinarse en seguir siendo el depredador de sí mismo. Es lo que escuchamos muchas veces, ningún deseo de cambio se despliega en el discurso, sino es más bien una demanda que se declina en enunciados rígidos de como hacer para gozar más, o en su defecto, que al fin y al cabo es la misma cosa, de cómo recuperar lo más rápidamente el goce perdido. Es un formula que se construye en el discurso y que es solidaria con la aporía posmoderna que pretende hacer desaparecer el síntoma, leído, gracias a todo el aparato del discurso como un trastorno.

Es bastante evidente que en este nuevo orden simbólico la caída de los ideales muta en beneficio, como decía Lacan, de la ley de hierro del superyó. Y esto tiene consecuencias sobre el amor.

Este movimiento implica también algo paradojal. En la medida que la cura es una reducción del ideal, el amor en tanto que queda identificado al ideal también debe caer. Pero al mismo tiempo, es necesario reintegrarlo en la economía psíquica bajo una modalidad que no sea la del ideal. Si nosotros apostamos por hacer surgir las formas de un nuevo amor más allá del Otro, más allá de los ideales tenemos que inventar una presencia de ese nuevo amor que para Lacan no se confundía con el ideal, Para que el amor, justamente, no cese de ser el puente más razonable que permite hacer condescender el goce al deseo.

Pero no debemos olvidar que transitamos la época de la pornografía generalizada, y no solo en la vertiente de la cópula imaginaria de los cuerpos filmados, imágenes que amplifican hasta el hartazgo la posibilidad de hacer existir la relación sexual, esto no es nuevo, está atravesado por toda la potencia de la pregnancia imaginaria. La pornografía generalizada es un rasgo de perversión bajo el cuál se inscriben las formas de un exhibicionismo universal que empuja a la forclusión del amor y que tiende a coagular la significación del cinismo, bajo el imperativo de que todo es posible. En este escenario no habría ninguna frontera para el goce.

La apuesta de la Escuela y de su dispositivo, desde este punto de vista se materializa en el esfuerzo de poder aislar con la mayor precisión clínica posible la particularidad de ese nuevo amor para transmitir al conjunto y no sólo al de los analistas, sino en un campo más amplio, la manera, la forma, en que el advenimiento de un nuevo amor pueda funcionar como el velo suficiente que permita re-posicionar al deseo como su brújula. Son las fórmulas singulares de la producción de este nuevo amor las que pueden orientar al acto analítico para pensar la clínica en el siglo XXI, que al fin y al cabo acaba de empezar. Completamente convulsionado hay que decirlo.

Sin duda hay nuevo orden simbólico cuya consistencia ya es más que notable. Es la prevalencia de aquello que sólo soporta escribirse bajo lo que Lacan llamaba la verdad formalizada. No es este, efectivamente un orden sostenido ni en los ideales ni en los semblantes del NDP. Está apoyado en los objetos reales. Muy bien amarrados en el discurso por el peso del objeto a.

Creo que la lógica misma del discurso analítico en realidad no nos permite adoptar ninguna posición que se inscriba en la vía nostálgica, por aquello que era, no le está permitido, por decirlo con un poco de énfasis, volver sobre la huella de una satisfacción perdida. Ni la nostalgia nos sirve para nada, ni la reivindicación, más peligrosa aún probablemente, que podría hacernos declinar hacía el discurso religioso, ese que falsamente se rasga las vestiduras, invocando la idea de empujar a un forzamiento inútil que trataría de injertar el NDP allí donde su eficacia ya es inútil. Este forzamiento hace bascular el discurso hacía las formas de esa identificación al rasgo obsceno del Otro que suele declinar hacía el fundamentalismo.

Sin duda, nos queda el síntoma, aquello que Lacan pensaba que era irreductible. Mientras haya síntoma habrá analistas dispuestos a alojarlos. ¿Pero hasta que punto el síntoma seguirá siendo dúctil al discurso analítico?, ¿hasta que punto podremos sostenernos en seguir siendo una parte fundamental de los destinatarios del síntoma?. Esta es la cuestión que atañe propiamente a nuestra existencia y que no podemos cesar de seguir interrogando, no es conveniente dejar de interrogar al propio síntoma; al fin y al cabo el del Psicoanálisis mismo encarnado en la cultura, es, probablemente, una de las formas de garantía de nuestra existencia en este mundo que habitamos, que cada vez se vuelve más desconocido respecto a las coordenadas por donde hicimos transitar la cura durante el siglo XX.

Seguramente hay más cosas pero me detengo aquí. Darnos un tiempo para conversar es necesario. Muchas gracias.

Buenos Aires, Abril 2011.

 


NOTAS

  1. Una Fantasía. Conferencia de Jacques-Alain Miller en el marco del IV Congreso de la AMP en Comandatuba. Brasil en julio de 2004. Una versión en cinco lenguas puede encontrarse en: http://www.congresoamp.com/es/template.php
  2. Stefan Zweig. "El Mundo de ayer. Memorias de un Europeo". Editorial Acantilado. Barcelona. Traducción de J. Fontcuberta y A. Orzeszek.
  3. Stefan Zweig. Obra citada. Pág. 379.
  4. Sigmund Freud. "Una dificultad del Psicoanálisis" Obras completas. Tomo II. 1917.
  5. Sigmund Freud. Obras completas. "Las resistencias contra el Psicoanálisis". 1925.
  6. "Los inclasificables de la Clínica Analítica". Jacques-Alain Miller y otros. Ed. Paidos. Bs. As.
  7. Miller, J-A y otros. La Psicosis Ordinaria. La convención de Antibes, Paidos, Bs. As., 2003.